Ciudad de México (Ricardo López Si) 26 de octubre de 2025.- “Allí es México”, decía uno de los personajes de Luis Spota en la novela social Murieron a mitad del río, mientras miraba, fascinado, el caudal. En ese camino angosto, donde las riberas se desvanecían por la niebla, quedaba lo suyo, lo que había dejado atrás en busca de mejores oportunidades. El Río Bravo, para México, y el Río Grande, para Estados Unidos, representan un territorio de memoria compartida. Aunque la Zona Metropolitana de Nuevo Laredo–Laredo es una de seis áreas binacionales, el cruce de frontera por antonomasia entre México y Estados Unidos es el que divide a Nuevo Laredo, en el estado de Tamaulipas, de Laredo, en el estado de Texas.
La historia es compleja. Laredo, fundada como una provincia novohispana bajo el nombre de Villa de San Agustín de Laredo, se balanceó desde un inicio entre dos identidades. Primero emergió como foco de rebelión a la dictadura de Antonio López de Santa Anna, para después ser devuelta a territorio mexicano por la fuerza militar. Luego, con la intervención estadounidense en México y la posterior firma del Tratado Guadalupe Hidalgo —donde México se vio obligado a ceder más de la mitad de su territorio—, la población pasó a control estadounidense, para consolidar al Río Bravo como la nueva frontera internacional entre ambos países. Sin embargo, un gran porcentaje de la gente de la zona se organizó a través de un referéndum para votar en contra de la anexión. Al ser rechazada su petición, cruzaron el río y fundaron en la margen sur una ciudad mexicana bajo el nombre de Nuevo Laredo.
Ahí, en el extremo norte del país, fue que llegó José Antonio Mansur Galán, un hombre con más de medio siglo de historia de promover e impulsar el beisbol en México, con experiencia a nivel directivo en diversos clubes profesionales como Cafeteros de Córdoba —sus Cafeteros de Córdoba—, Broncos de Reynosa, Diablos Rojos del México, Rieleros de Aguascalientes, Vaqueros Laguna, Langosteros de Cancún, Petroleros de Poza Rica y Rojos del Águila de Veracruz.
A finales de 2017 exploró por primera vez la Zona Metropolitana de Nuevo Laredo-Laredo para retomar la historia interrumpida que se había gestado bajo el nombre de los Tecos de dos Laredos, una franquicia binacional histórica dentro del beisbol mexicano, fundada en 1940 bajo el nombre de La Junta de Nuevo Laredo, al ser auspiciada por la Junta Federal de Mejoras Materiales.
Como cordobés orgulloso, para Mansur Galán —parte de aquel histórico título de los Cafeteros de Córdoba en 1972, que provocó el desplazamiento masivo de más de 40 mil personas para recibir a sus jugadores después de la conquista en Saltillo— llevarse la franquicia de Veracruz fue una de las decisiones más difíciles de su vida. “Sin ser político, estaba yo enredado en un chingo de problemas políticos. No quería hacerlo, por el cariño que le tengo a Veracruz, pero era necesario. Nos quitaron el patrocinio que teníamos del Gobierno del Estado y se me vinieron encima con calumnias y amenazas, y antes de tener un pleito o algún problema mayor, nos abrieron las puertas aquí en Nuevo Laredo y Laredo”, cuenta.
La turbulenta salida de Veracruz, su estado natal, fue paliada por las facilidades que le dieron para establecerse de inmediato en la zona de Nuevo Laredo, una ciudad con casi medio millón de habitantes que se ha distinguido en su historia moderna por tres cosas: el intercambio comercial con Estados Unidos —que representa unos 200 millones de dólares al año—, el flujo migratorio —casi 40 mil personas cruzan diariamente la frontera— y el estigma provocado por la delincuencia organizada. “Conviene aclarar algo aquí —dice—. No es la única ciudad mexicana que aparece entre las más peligrosas del mundo, pero es a la única a la que le echan tierra todo el tiempo”.
Por mucho que se hable de un mercado binacional, Mansur Galán matiza que no hay que olvidar que, de entrada, se trata de un territorio que alguna vez fue mexicano y que, en segunda instancia, mucha de la gente que está en Laredo actualmente, del lado estadounidense, es de primera, segunda o tercera generación mexicana. Gente “muy apasionada, muy orgullosa de sus raíces”. Según las cifras oficiales, casi el 95 por ciento de los habitantes de Laredo son de origen hispano.
La aparición de un reportaje a profundidad en el New York Times y el estreno de la serie documental Bad Hombres, de la plataforma Showtime, puso en el mapa mundial la particular virtud multicultural de la franquicia de los Tecos. Aunque es posible decir que son la única franquicia formalmente binacional en todo el mundo, al disputar la mitad de su partidos en México, en el Parque La Junta, y la otra mitad en Estados Unidos, en el Estadio Uni-Trade, no es una circunstancia que se haya originado a partir de la gestión de José Antonio Mansur Galán, aunque sí ha sido un personaje fundamental para reforzarla e institucionalizarla. “Es importante aclarar la cuestión: hace como 40 años, me parece, por invitación de un directivo de acá, el equipo jugaba cuatro o cinco juegos en el año en Laredo, Texas. Todo se originó en esa etapa. Luego se perdió esa tradición y desde el 2000 no había vuelto a ocurrir que un juego se disputara en Estados Unidos. Con nuestra gestión se reabrió ese mercado y se utilizó el Uni-Trade, que es como para 6 mil personas. La verdad es que ahí la gente también responde muy bien, a su manera, es un ambiente distinto al del Estadio de La Junta, que lo remodelamos por ahí del 2019”.
Ante la sombra alargada de la delincuencia organizada, Mansur Galán ha luchado por darle certeza en términos económicos, sociales y culturales al proyecto, y así buscar atraer a los mejores peloteros posibles para construir un equipo competitivo en la frontera, que se precie, principalmente, de tener siempre un buen staff de pitcheo. Todo esto al asumir que “las plazas grandes como Monterrey y México ofrecen más dinero”. Aunque valiéndose de la posibilidad de seducir a peloteros de relieve internacional con “las mismas costumbres y contexto social y familiar de Estados Unidos”, puesto que el equipo entrena y se concentra del lado texano. Eso sí, “no ha sido nada sencillo el tema administrativo y migratorio, pero la verdad es que hemos recibido un gran apoyo de los agentes del lado americano y el lado mexicano para que no haya ningún problema con el cruce de los peloteros”.
Al hablar desde una perspectiva estrictamente familiar, don José Antonio, hijo del legendario Chara Mansur y hermano del laureado Roberto Mansur, “nació con el beisbol y vive con el beisbol”. Ahora “estoy dejando a mis hijos Pepe y Chara, la tercera generación, y a mis nietos, Carlos, Vanessa y Chara, la cuarta generación, el orgullo de seguir siendo parte de esto”. Con Pepe, el primogénito, y Chara, quien actualmente cumple la función de Presidente de los Tecolotes, se recuerda hablando de beisbol en sobremesas familiares, siguiendo la estela de Vinicio Castilla, cuando el cañonero oaxaqueño estaba convertido en uno de los bates más intimidantes de las Grandes Ligas con los Rockies de Colorado. “Nada se compara a la posibilidad de transmitir lo que yo heredé de mi padre. Es un gran honor continuar su legado y construir una familia con tanta pasión por un deporte”, sostiene.
De los momentos que más atesora dentro de su periplo por el beisbol profesional, recuerda especialmente el título de 1972 con los Cafeteros, que eran propiedad de su padre “Desde las Cumbres hasta Córdoba, que son 30 kilómetros, la gente estaba vuelta loca en la carretera tocando el claxon para seguir al equipo. Fuimos al Palacio Municipal, una cosa impresionante, ¡pero impresionante!, que ahí queda como ejemplo de que el deporte puede unir familias y hasta enemigos”. Y el de 1981, con los Diablos Rojos del México, donde logró la hazaña de salir campeón el primer año de gestión de don Chara como propietario, su hermano Roberto —una leyenda de la institución escarlata— como directivo y el dominicano Winston Llenas como piloto.
Hacia el final de la conversación, don José Antonio se resiste a ser domado por la nostalgia que exuda el beisbol de antes, salvo para hablar de lo magnífica que siempre le ha parecido la película de El beisbolista fenómeno, protagonizada por Adalberto Martínez Resortes y dirigida por Fernando Fuentes —“Tremenda película, de verdad que sí”—, y aclara que lo que le ha permitido mantenerse en activo dentro de la pelota mexicana ha sido, sin duda, su gran pasión por el juego, pero sobre todo su capacidad de adaptación a los tiempos que corren. Aunque un personaje de su sabiduría y diamante galopado no se valora por su vigencia, sino por la sinceridad de sus pasiones.

